
Como parte de nuestra convocatoria del anecdotario de cuarentena, recibimos este texto del artista Pierre Valls quien generosamente nos envió el relato de uno de sus días en confinamiento. Lo compartimos completo como muestra de la diversidad de dinámicas domésticas que experimentamos en este momento, pensando en realidades y no en estereotipos. Un hombre solo, su rutina y sus pensamientos son también el Alma de Casa.
Gracias Pierre.
Son las seis de la mañana, aún me resisto a abrir los ojos, pero se muy bien que no queda otra que levantarse. Pero antes de pisar el suelo con el pie derecho, siempre. Trato de recordar mis sueños, en vano, solo quedan unos recortes troceados de sueños. Tal vez, lo más significativo de estos recuerdos soñados son las gotas de sudor que tratan de huir de los pliegues de mi cuello. Van como abandonando el barco después de días sin rumbo. Mis rodillas son endebles, no saben aún si soportarán otro día este cuerpo pesado e ingrato. No queda otra. Ya los rayos de sol me alertan que hoy será un buen día, no como aquel día pasado que fue un día sin razón, un día aplanado por el opaco cielo gris. Hoy todo anuncia un día diferente. ¡Será el día! Me lo propongo, no queda de otra. Como todo los días de excesiva energía, me pongo a limpiar mi diáfano departamento. Riego las plantas, tiro todos los tickets del banco acumulado en la esquina de la estantería. ¿Por qué será que guardo los tickets de las compras?, ¿acaso podría reclamar algo que ya comí?, no lo se… tal vez, pienso que con eso queda un justificante para reclamar algún prejuicio de salud posterior. Bueno, ya pasaron unas horas, aún sin duchar, escucho sin descansar Barry White, sensual y positivo al vez. Son las 14 hrs. Me gané, un aperitivo, una cerveza con unas aceitunas de anchoas, me recuerda el aire del mediterráneo, algo de mi casa siento en cada trago. Ahora toca comer, el hambre vino sin avisar, con recelo creo yo. Una pasta con tomate, cebolla y queso, es lo que queda en la alacena. Se hizo tarde. Las rodillas me piden un descanso, entre el vaivén de la cocina al comedor y del comedor a la cocina, mis rodillas infieles huesos acumulados me piden parar. La verdad que con este sol, me viene bien, tirarme en la cama y dejar que el aire me acaricie francamente. La siesta es el momento del día que tal vez mejor se pasa, un tiempo ausente, dormir la siesta no tiene la responsabilidad que tiene el dormir de noche, en la noche uno tiene que recuperarse, rendir un descanso por miedo al reclamo de la mañana, la siesta es imparcial, ella sabe que el placer es un instante y te lo devuelve gratamente, no te reclama nada. ¡Ya vez! son las 17 hrs y me siento como de mal humor, bueno no puedo decir eso después de la siesta, que además es como una buena copa de mezcal, te deja algo de recuerdo sin saber muy bien que fue. Ya es tarde, trabajo algo en la tesis, suspiro porque es una lucha, no tan mala, pero me deja en el estómago algunos rasguños. Son las 20 hrs, no tengo ganas de escribir más, ni de leer, veo algo de noticias, algo, porque uno nunca se entera del todo lo que sucede, se tiene una idea, tal vez una opinión pero nada más. Me acuesto, ya son las 21 hrs. Si, dirán que temprano se acuesta este chico. Pero recuerden que hace unas líneas atrás mencioné que me levante a las seis de la mañana. Pues toca dormir. Tal vez seré imprudente con mis pensamientos eróticos, los tengo porque el cuerpo quiere. Me masturbo, tal vez con muy pocas ganas pero lo debo a mis rodillas cansadas. Tiro el papel engominado de esperma al suelo, se quedará pegado y mañana me preguntaré ¿por que siempre hago lo mismo?. Me duermo, trato de no soñar… Son las seis de la mañana, aún me resisto a abrir los ojos, pero se muy bien que no queda otra que levantarse. Pero antes de pisar el suelo con el pie derecho, como siempre. Trato de recordar mis sueños en vano, solo quedan unos recortes troceados de sueños. Tal vez lo más significativo de estos recuerdos soñados son las gotas de sudor que tratan de huir de los pliegues de mi cuello, van como abandonando el barco después de días sin rumbo…