Alma Editorial

La imagen de la eterna juventud

La imagen de la eterna juventud
febrero 2021 Ana Fernanda Núñez Albert
Categoría: Género

Una forma de saber si alguien se siente mal o está enfermo es por su forma de verse. Desde nuestra infancia aprendemos que nuestra cara y expresiones son un indicador de salud o enfermedad tanto para niños como para niñas. Sin embargo, algo pasa en la transición de niñas a mujeres donde son exigidas características estéticas para verse bien o saludable, mismas que a los hombres no se les piden.

En mi experiencia, desde la adolescencia empecé a usar un poco de maquillaje. Esto llevó a que, el día que no me arreglo, me preguntan si estoy enferma. Con el tiempo, fui dándome cuenta de que yo no era la única mujer que pasaba por los mismos estándares. Se nos pide que nos maquillemos de forma “natural” aunque, irónicamente, nuestra imagen al natural es vista como una de enfermedad.

Las mujeres cada vez nos hacemos de más productos que son anunciados como saludables. Al verlos con más detenimiento, podemos observar que muchos de ellos buscan acentuar la belleza. Como ejemplos tenemos las cremas antiarrugas o los tés adelgazantes.

Está socialmente aceptado que, para las mujeres, “salud es belleza” mientras que, para los hombres, no existe una frase similar en la cual se determine su estado de salud a partir de su apariencia estética. Para entender este fenómeno, es necesario explicar que el pensamiento occidental se ha construido a partir de un sistema binario. En él, se otorgan características a los hombres como: fuerte, público y tosco, mientras que las mujeres se construyen simbólicamente a partir de lo opuesto, es decir: débiles, privadas y bellas.

Durante mucho tiempo, el discurso médico de la salud de las mujeres fue construido mediante el contraste biológico del cuerpo de los hombres y el de las mujeres. En el siglo XIX, las ideas médicas estuvieron relacionadas con los parámetros sociales. Por lo tanto, la noción de los hombres fuertes y las mujeres débiles, se complementó con la noción de que los hombres eran los saludables, mientras que las mujeres se encontraban en estado permanente de enfermedad.

«La afirmación de que estaban controladas por su útero propuso una representación emblemática de ellas que, no sólo las imposibilitaba para ejercer control de su cuerpo, su comportamiento y sus emociones, sino que las colocaba en la posición de eternas enfermas.»1

Tanto el discurso médico como el social, definían a la mujer por su útero y su capacidad para reproducirse. Las mujeres tienen una vida limitada de reproducción y sus años más fértiles son en la juventud. Por lo tanto, si el valor social de las mujeres se construyó a partir de su capacidad de ser madres, su juventud era un atributo muy valorado. Actualmente, se ha ido aceptado poco a poco la idea de que una mujer puede decidir ser madre o no, pero se siguen dando gran valor a la juventud, para lo cual se venden una gran variedad de productos “saludables” cuyo único objetivo es promover una imagen de eterna juventud.

A partir de este sistema binario, también se puede conocer el concepto de belleza, el cual se asocia con lo femenino y las mujeres, mientras que lo rudo o tosco es un atributo masculino.

“Ciertamente los estilos de la figura femenina se han ido modificando con el tiempo y de acuerdo con cada cultura, pero durante un largo periodo observamos la asociación de la belleza con rasgos infantiles, la ausencia de vello, de arrugas y otros detalles que denoten un temperamento fuerte.”2

Al establecer que lo bello se construye por su contraste con lo masculino, esto implica que las mujeres que tengan cualquier característica que se asocie con los hombres como robustez o vellos, deben de someterse a una serie de tratamientos estéticos para eliminarlos y así ser considerada femenina.

El estudiar sobre el pasado de los conceptos de salud y belleza, nos permite conocer por qué actualmente las mujeres estamos acostumbradas a maquillarnos desde nuestra adolescencia, a eliminar cualquier vello de nuestro cuerpo o seguir exigentes dietas para permanecer eternamente delgadas, como si fueran requerimientos para mantenernos saludables, cuando en realidad son elementos sociales que se han construido históricamente, en los cuales se le otorgaba a la mujer su valor social por su capacidad de atraer a un hombre (belleza) y reproducirse (salud).

Referencias

1. Olivia López Sánchez. “La centralidad del útero y sus anexos en las representaciones técnicas del cuerpo femenino en la medicina del siglo XIX” en Enjaular los cuerpos: normativas decimonónicas y feminidad en México… p. 129.

2. Julia Tuñón, “Ensayo introductorio. Problemas y debates en torno a la construcción social y simbólica de los cuerpo” en Enjaular los cuerpos: normativas decimonónicas y feminidad en México… p. 29.